
En un pequeño cuarto colmado de sillas de ruedas habitadas por niños con parálisis cerebral y Síndrome de Downs, la música invadió el ambiente y cada uno de los personajes empezó a sonreír y a mostrar que estaban vivos. La instructora se colocó al centro y al escuchar su voz, todos se motivaron aún más y comenzaron a seguir sus indicaciones en la medida que se lo permitían sus limitantes motoras.
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